VISIÓN POLÍTICA

Los dominicanos concurrimos a las urnas en las decimocuartas elecciones presidenciales celebradas desde 1962 al presente, brindándonos la oportunidad para perfeccionar una democracia cuya etapa más reciente completa el medio siglo bajo resultados sociales y económicos cuestionables, estancamiento de problemas fundamentales acompañado del surgimiento de otros, empobrecimiento de liderazgos y falta de ética en el ejercicio del poder.

 Otrora los temas principales del debate político giraban sobre el modelo más idóneo para proporcionar mayor justicia social en términos de satisfacción de sus necesidades -testimoniadas en consignas asociadas al Pan, Tierra y Trabajo- acompañada del restablecimiento de la libertad cercenada por la tiranía que nos azotó por 31 años; concitando un clima de esperanza para las nuevas generaciones.

 Hoy, después de medio siglo, sistemas más sofisticados de medición de percepciones ciudadanas como las encuestas permiten diagnosticar una situación desesperanzadora como consecuencia de acciones u omisiones de gobiernos ineficaces, ineficientes o inspirados en criterios divorciados del interés general de los gobernados.

 Aquel otrora liderazgo inspirado en la excelencia, dedicación desinteresada, sensibilidad social y vocación de servicio encarnado en las tres figuras carismáticas del pasado siglo ha perdido influencia,  limitándose a la  exaltación simbólica de sus figuras mientras sus esencias han caído víctima de la mediocridad, usurpación y confusiones conceptuales sobre el papel del liderazgo.  Los temas de discusión se empantanan y reciclan ante la falta de solución de problemas y de disposición para encararlos, predominando paliativos mitigantes conducentes al clientelismo de los menos favorecidos ante la pasividad de poderosos que no perciben la pérdida de influencia en su propio perjuicio; secuestrando la democracia a favor del gobierno de turno. Ha valido poco que nuestra Constitución consagrara nueva generación de derechos y que se haya atribuido al Estado la responsabilidad de “promover y garantizar la participación equilibrada…en las candidaturas a cargos de elección popular” (Art. 39). Como no ha valido mucho la contrapartida de deberes consignada en la misma Constitución que obliga al ciudadano “velar por el fortalecimiento y calidad de la democracia” (Art. 75 numeral 12).

 El dócil sometimiento de gobernados, sobre todo los provistos de mayores talentos al tenor evangélico, corona la falta de perfección de la democracia en este medio siglo de vigencia. El trascendental deber ciudadano de ejercer el sufragio reviste pues, en esta ocasión, una excelente oportunidad para reimpulsar nuestra democracia para que sea más eficaz en términos económicos y sociales.  Para ello, el voto tiene que ser útil, decisorio y determinante, ejercido con responsabilidad plena, por quien cada quien considere más llamado a contribuir a ese reimpulso perfeccionador de nuestra democracia.