Vivimos una campaña perturbadora y nociva

Escrito por:ELISABETH DE PUIG

La campaña electoral que padecemos es la prueba más fehaciente de la gravedad del mal que sufrimos como sociedad. Vivimos una campaña perturbadora y nociva, donde todo se ha vuelto una burla, donde las palabras perdieron su sentido y su fuerza, donde se hacen gárgaras con nociones como valores, cambio, solidaridad o justicia, mientras interminables caravanas, símbolos del poder y el “progreso”, exhiben promesas electorales vacías y mentiras que se venden por unos cuantos pesos, y que son recogidas por una sociedad carcomida por la miseria, por la falta de valores y relegada a mera espectadora de su propio destino.

Se fueron abajo los principios, para la mayor confusión de todos y todas.Andan  mansos con cimarrones, alianzas contra toda expectativa, solo con el deseo de repartirse un botín cada vez más restringido por pillajes sucesivos.

Escribí hace once años dos artículos, uno titulado Me preocupa, y el otro Hasta cuándo,  donde exponía mis temores frente a la pérdida de valores en todos los estratos de la sociedad. Me refería al hecho de que los no valores se extendían peligrosamente desde los barrios acomodados hacia los sectores medios y empobrecidos de las ciudades vía la modernización de las comunicaciones y el mimetismo. Ya entonces me preocupaba el afán por el parecer más que por el ser, así como el ir y venir de los corruptos, corruptos de ayer y futuros nuevos corruptos.

Me preocupaba la politiquería barata, el populismo, la incoherencia, el no respeto por el concepto de continuidad del Estado, cuando propugnábamos por el sentido de la responsabilidad, la convivencia democrática y la razón.  Me preocupaba la imagen que ofrecíamos a la juventud en los medios de comunicación, en los que acusaciones iban y venían. Me parecía que estábamos  en la antesala de una supuesta modernidad formal, pero no de una transformación  real en los comportamientos mentales, políticos y ciudadanos. Bajo un manto de duplicidad, complacencia y complicidad la sociedad me parecía, ya en ese entonces, una vasta telaraña donde quedaban intrínsecamente tejidos lazos de parentesco, clientelismo, amistades y acuerdos de aposento que se anteponían a las leyes y las normas.

Todo se perfilaba ya.Hoy en día, indignados, noqueados y sin voces estamos secuestrados por los mismos actores en papeles distintos. Hemos visto levantarse una maquinaria que nos ha vendido un Nueva Yol chiquito, un Monte Carlo, el fast food para todos, el  Metro, diez millones de turistas para el futuro: visas para un sueño, mientras la realidad aterradora de la violencia y de la corrupción nos arropaba como la pandemia del cólera. Crímenes que ni se pueden ya tipificar, la violencia de los feminicidios, la violencia de la miseria: una nieta que mata su abuela por robar tres  centavos, un padre y una hija que matan a una madre, la policía que tira a sangre fría en las rodillas de un joven, menores que matan a compañeros, hija que mata a su madre por darle consejos. Parte visible de una sociedad en descomposición, que bota el pus por sus heridas.

La noticia de la elección de un presidente como François Hollande, que ganó una elecciones con mensajes como: “cada nación tiene un alma”; “es la igualdad o es el sueño francés que quiero reencarnar el que ha permitido a generaciones, durante toda la República, creer en la igualdad y el progreso”,  nos da fe en un porvenir un tanto opacado y da ganas de luchar para enfrentarnos al colapso moral al que nos aproximamos peligrosamente.